Los ángeles de la escritura. Pasión en seis movimientos

1

Hubo una época en que los ángeles no tenían alas. Pero Jacob – el amado de Dios, aquel de quien nacería el pueblo- había soñado una escalera. Y los ángeles subían y bajaban por ahí.

Para el pueblo de Jehová, cada peldaño era un éxodo. Para el pueblo de Jesús, todos serían la virgen. 

2

El cielo, entonces, era otra cosa. Este mundo ya era lo que iba a ser. Pero, aun así, los ángeles venían, algunas noches, de visita. 

Un día, la escalera soñada por Jacob fue clausurada. A los ángeles que estaban en el cielo les crecieron las alas. Los que estaban acá no encontraron la forma de volver y se refugiaron en la letra.

3

En el vacío de lo escrito, como en el de los besos, solo hay malentendidos. La piedra sobre la que Jacob soñó, mientras huía de su hermano, hoy es la piedra de Scone, en Edimburgo. 

Cada pueblo se ve a sí mismo como el enamorado de Dios. Pero Dios no escribe cartas. 

4

Entre tanta arrogancia, los ángeles de la escritura siguen cargando, como pueden, con el dolor de lo eterno. 

No envejecen, no mueren, no olvidan.

5

Envejecer, morir, olvidar, ser olvidado. Todo niño que nace llega desde esa travesía. No nacemos para la muerte, esa es una simplificación de los filósofos. Nacemos para nacer de nuevo.

• En unos ojos que nunca había visto antes, encuentro cada rostro que fue mío. 
• Ninguna otra cosa amamos, más que lo que será. Los ángeles de la escritura no saben resucitarse.

6

De pie, junto a la boca del pozo en el que se han besado, Rachel ve llorar a Jacob. El relato debiera detenerse ahí. El primer llanto que sigue del amor es el que anuncia los regresos. 

Dos veces siete años después, con la impasibilidad de un sueño o de una huida, la memoria del agua todavía guardará las huellas.

Del libro Fiesta del asno (inédito)